En el devenir del tiempo, los maestros despiertos han transmitido a sus discípulos el mensaje de unicidad del cosmos. Hoy en día, personas normales que comprenden su unicidad, también la comparten, logrando llegar rápidamente a otras personas mediante los canales de comunicación disponibles. El mensaje trasciende los medios usados, las palabras que lo expresan o los siglos transcurridos desde los iluminados ancestrales. Siempre el mismo mensaje, señalando lo mismo.
Cuando el despertar acontece en una persona «corriente», surge en ella la necesidad de saber más y comprender qué ha pasado. Si no buscaba respuestas, comenzará entonces a buscarlas, iniciando un proceso personal hacia la iluminación. Presiento que este proceso es algo que rige en todos de manera natural, como las mareas o los ciclos solares. No importa si el hechizo personal se rompe abruptamente o de manera gradual; llegar a comprender lo ocurrido forma parte del diseño divino y asimilarlo llevará su tiempo.
Como seres humanos, necesitaremos tiempo para asimilar e integrar el despertar en nuestra historia personal, en un proceso intransferible que supondrá la paulatina desaparición de la idea de quien uno creía ser, sustituido por la progresiva certeza de lo que uno realmente es, en el guion de «su vida». Digamos, en otras palabras, que roto el «hechizo de ti», tu percepción de la realidad cambia, pero sigues dentro de este mundo, que continúa hechizado, lo que puede dejarte muy solo, viviendo dos realidades (la exterior común a todos y tu realidad interior) y cuestionándote la finalidad del despertar. Durante el proceso —que puede abarcar años— podrías llegar a sentirte muy desligado del mundo y atrapado en tu identidad. Por eso, considero importante salir al encuentro y compartir las certezas que nos confirman lo que todo humano despierto sabe. No nos angustiemos demasiado, porque la vida se encargará de reafirmar constantemente la revelación del despertar y demostrar que es, en sí misma, todas las respuestas a nuestras dudas.
Resulta duro proseguir con la vida cotidiana, las relaciones personales y nuestros quehaceres, fingiendo que nada ha cambiado cuando ya nada es igual ¡Uf! En mi andadura, completos desconocidos acabaron convertidos en auténticos compañeros de viaje, en maravillosos aliados, sin haber intercambiado jamás ni una palabra con ellos, gracias a sus testimonios compartidos con los demás. Optar por no decir nada a nadie o compartir con otros saliendo a su encuentro. Cualquier opción será la buena.
Tras «mi» despertar (o el despertar de mí) puede que desapareciera mi identificación hipnótica con el personaje, pero esa identidad con todas sus garambainas y la búsqueda de respuestas, continuaron. No me convertí en mejor persona, ni superé las manías de mi carácter. Más bien, me sentí por mucho tiempo atrapada entre dos realidades, prendida entre lo real y su espejo. Pero por suerte, en esta loca historia, tú, la divinidad, apareces como dos, como tres… como cientos, como miles de despiertos, de desencantados, de deshechizados repartidos por el mundo y en el tiempo, que te repetirán una y mil veces cuanto necesites escuchar, leer o saber, en todos los idiomas y de todas las formas imaginables, por gracia del juego divino de la unidad.
Al final, la realidad única que se mira frente al espejo se impondrá a la multiplicidad reflejada y la visión lúcida quedará perfectamente integrada en la historia de «tu vida», a través del velo de tu identidad, que no desaparecerá (eso sólo ocurrirá con tu muerte física) mientras el disfraz humano se lleve puesto. El baile de máscaras personales continuará, pero la divinidad verá nítidamente a través del velo que es la persona, a través de muchísimas personas, lo que equivaldrá a muchísimos enfoques de la misma mirada nítida. Esto es verdaderamente revolucionario, ver nítidamente ¡a pesar de los velos! y eso sólo es posible cuando el velo es visto claramente como lo que es: la máscara, el disfraz, la ilusión, una forma, una imagen, una pretensión, la historia ideada, dirigida y representada por la divinidad en total identificación (hasta el despertar) con el personaje representado. Todo se torna conocido. La vida se vuelve traslúcida. Conoces su sentido. Después de esto, la vida se comprende y se acepta tal cual es, amando el disfraz (el cuerpo, la mente, la personalidad, la historia de uno) como la profunda demostración de amor que representa. Finalmente, la divinidad proseguirá (des)encantada con sus pretendidas historias personales de mí, de ti, de aquel, con sus quehaceres, manías, metas y relaciones, viviéndose a través de «nuestras» personalidades. No se desprenderá de ellas, sino que las abrazará amorosamente mientras el personaje figura en el cuento. Pero esto cambia radicalmente una regla del juego divino, la regla general que lo había regido hasta ahora.
Antes, un sueño hipnótico. Ahora, un sueño lúcido. La esencia divina se reconoce ahora detrás de muchas personas, viviendo a través de «su velo». Se recuerda en cada persona de mirada lúcida, que sabe lo que realmente está sucediendo, mientras contempla lo que aparentemente sucede, a través de esos ojos azules, verdes, castaños o negros, viviéndose. Divinidad, siendo cada persona por puro amor.
Saber qué eres. Dentro del sueño. A través del velo consciente de ser humano. Por fin.
Sin pasar por la muerte física. Una verdadera revolución. Cada día somos más, dirigiéndonos a una nueva historia, que nunca ha dejado de ser divina.
¡Qué emocionante, amigos!
Al compartir tu visión clara, con sabiduría de quien ha experimentado la lucidez del encantamiento….me has permitido ordenar todos los fenómenos, signos y señales… que han acontecido ante mí …desde que desperté de un coma con apenas seis años…para descubrir que lo aparente era… una gran caja con lazo…un regalo para ir abriendo, en este sueño lucido…con cada latido. Gracias, por tanta luminosa nitidez. Gracias tambien por la sombra que proyecta. Gracias.