El ego es la ignorancia de lo que es el «otro»; toda nuestra existencia está tejida de ignorancias; somos el Sí mismo congelado, y luego precipitado «a tierra» y roto en mil pedazos —Frithjof Schuon.
El otro día leía unas líneas del filósofo Frithjof Schuon (1907–1998) y me cautivó su definición de cielo e infierno, descrito con maestría. Schuon decía que estamos condenados a la eternidad y que por eso debemos encontrar el lugar en el que la eternidad es beatitud, hallar el Centro, pues el infierno es la respuesta en la periferia que se hace centro, la multitud que usurpa la gloria de la unidad.
Creo que de eso va todo esto.
En mi opinión, el Apocalipsis que se vaticina es una decisión divina que ya está tomada: es Voluntad divina dejar de sufrir la existencia humana en su ignorancia divina, apartándose el velo de su no rostro divino, de individuo en individuo, sin dejar caer las máscaras al suelo, en un instante de eternidad suficiente como para darse cuenta de que cada persona es Sí Mismo siendo cada persona y que siempre ha sido así.
El Apocalipsis es la suma de micro apocalipsis personales. Pronto, este mundo será de la gente que se saben amadísimos personajes del único actor, guionista y director que existe. El mundo podrá cambiar rápidamente por las tecnologías o con las oscuras maniobras de unos pocos. Pero sólo la visión humana del mundo cambiará profundamente el mundo. Una visión que se tornará divina desde las personas. El mundo contemplado con los ojos de dios a través de cada persona que se sepa divina.
Entonces el ego no será malo, ni bueno, sino un personaje divino. El mundo no será el infierno, ni el cielo, sino una expresión de amor incondicional. No creo en una nueva humanidad más vegetariana, solidaria o sesuda, concienciada o sostenible. Para mí, resultan palabras de la canción del verano, las de moda, de este momento. La verdadera espiritualidad surge de la profunda compresión, desnuda, personal y aniquiladora, de que todo es experiencia divina y entonces todo se torna horizontalmente importante. Los egos sólo son cuestión de historias personales.
Como decía Frithjof Schuon, debemos encontrar el lugar en el que la eternidad es beatitud. Porque el infierno es el ego suplantando a lo divino, el personaje arrebatándole la autoría al actor que lo representa, la multiplicidad divina usurpándose a sí misma la unidad que es, el boicot divino que tantos sufrimientos le conlleva, la autoproclamación de la periferia como el centro. Como el actor enloquecido por creerse el personaje que interpreta.
Mientras el colectivo humano esté gobernado por la inconsciencia divina y el poder en manos de unos enfermos de síndrome de Diógenes del poder, que representan los suburbios de la periferia del Centro y nos arrastran a la deriva de su oscuridad, su confusión y su ignorancia, harán acto de presencia general el sufrimiento, la desesperación, el conflicto y la locura.
Para mí, la minoría humana en la claridad consciente que confiere el recuerdo innato de saberse unidad, es la luz en la oscuridad general, lo divino frente a lo que, aun siendo divino, no puede gobernar el mundo sin sufrimiento: la inconciencia divina de ser persona.
El Apocalipsis no es una revelación humana, sino divina. Revela que las personas son el velo a través del cual lo divino enturbia su visión y permite que su consciencia humana gobierne en la inconsciencia divina. Que la periferia gobierne el Centro.
Los suburbios de la periferia no podrán suplantar al Centro eternamente, ni agotar sus ilimitados recursos. Simplemente, no. El sufrimiento divino que conlleva creerse desterrado del Centro a los suburbios de la periferia, despierta en la Voluntad Divina volver al Centro, recordando el Hogar a través de una humanidad lúcidamente divina. Llegó la hora del reencuentro sin velos que enturbien la visión innata del Sí Mismo en su creación.
La conciencia divina gira la llave en todos los humanos que se saben divinos, abriendo las puertas del Cielo. Dios va de vuelta a su Centro. Con intención de quedarse allí una temporadita.