Sólo existe una respuesta y millones de maneras diferentes de buscarla. La única respuesta que contesta a todas las preguntas. La misma respuesta que nos aguarda amorosamente a todos.
Esta complejidad y diversidad de la vida que semeja tan real, tan creíble, es realmente el «juego» divino en su pretensión de no ser la única consciencia.
Absolutamente todo es vida, esa es la respuesta. Vida viviendo por amor incondicional a la vida. Una pescadilla que se muerde la cola de amor absoluto y perfecto. Sólo existe vida, manifestándose por amor a la vida.
El juego divino surge de esta expresión de amor incondicional por la vida, emergiendo desde la nada inmaterial y el todo potencial. La expresión de todas las dificultades que entrañan vivir son sólo un espejismo de la sala de los espejos divino. Esta vida resulta engañosamente complejísima, pero se reduce a algo tan simple como el uno, la unidad, única sustancia a cada instante de esta magnánima ilusión óptica, sensorial y sentimental, apareciendo ante sí como cada cosa y cada uno de nosotros, llenándolo todo donde realmente no hay nada, materializando los potenciales de su amor pluscuamperfecto muy convincentemente ante unos ojos divinos que por supuesto son los tuyos (aunque quizás aún no lo sepas porque crees ser tú) mientras se constata en cada momento de la vida, pudiendo reconocerse en cada partícula u olvidarse de sí porque simula ser la consciencia humana que se busca o que se ignora.
La divinidad juega a buscarse, encontrarse o ignorarse a sí misma, «escondida» en sí misma. Como en el juego de las muñecas matrioskas, la más grande contiene a otra que a su vez contiene a otra. Esta vida es como ese juego de muñecas: la divinidad replicándose a sí misma a cada momento, a todas las escalas, a su imagen y semejanza.
La búsqueda dentro de ti… sólo encuentra inmensidad. La búsqueda fuera de uno… sólo halla inmensidad. Lo sin forma… bajo millones de apariencias. La quietud… aparentando movimiento. Lo perfecto… fingiéndose incompleto. El silencio… lleno de sonidos. La tranquilidad… sintiendo miedo. Amor incondicional… enjuiciándolo todo. Nada… pareciendo ser todo. Admitámoslo, no existe mejor juego del escondite.
Sí, lo divino es la identidad de un único forajido llenándolo todo con los carteles «se busca» de su cara estampada. Este mundo es su expresión amorosa, su rompecabezas con propósito evolutivo y un montón de cosas más. La divinidad se expresa su propio amor con este mundo y luego se esconde de ese amor también en este mundo, valiéndose de lo expresado en él, perdiéndose y buscándose, evolucionando cada vez que se reencuentra tras desvelarse su engaño. Por su omnipresencia y por no poder dejar de ser consciencia absoluta, se encanta para identificarse plenamente con cada personaje humano, perdiendo de vista conscientemente su divinidad en esta confabulación de uno sólo. La consciencia humana es la consciencia divina hechizada, creyendo ser persona, para «dejar de verse», para «perderse de vista» mientras monta todo este tinglado precisamente para mirarse directamente a los ojos en el espejo del mundo.
El ser humano no es un error divino, ni un esclavo, ni un pecador, ni un alma encerrada en una probeta… es sólo una pretensión divina, un amado disfraz de su juego carnavalesco. La búsqueda humana es la divinidad buscándose dentro de la historia de cada vida humana.
La única respuesta aflora de todo y desde siempre. Es un clásico, como las muñecas matrioskas.